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El sombrero voltiao en la Cultura Costeña

El sombrero voltiao en la Cultura Costeña
(Tomás Martínez M, 2020)

¡Oh sombrero indiano!
En tus inicios así fuiste llamado,
originario de los indígenas Zenú,
esos que han poblado el río Sinú.
En las regiones de Sucre y Córdoba
eres hecho de la palma ‘e cañaflecha,
lo usaba pa’l sol el montiano,
así como el corralero,
el baquiano;
el parrandero nato,
también el rocero,
alegre el pueblano;
hoy en día cualquier ciudadano
en todo el mundo.
Es un orgullo colombiano
que puesto lo llevamos.
¡Luzcámoslo entonces!

Son varios motivos para el uso del sombrero voltiao:
antes pa’l sol en el cultivo
y labores del campo,
pa’ fiestar,
pa’ vacilar,
pa’ las corralejas;
pa’l calor abaniquiar,
pa’ ferias.
Sombreros piqueteros
o algo ancestral portar;
cualquiera sea el caso,
es una artesanía de lujo.
Sombrero indiano
de significado profundo,
lo dicen sus pintas,
o sea, las figuras en su encopadura.
Son patrones o dibujos
que guardan secretos
de la cosmovisión y cosmogonía
de los indígenas Zenú.
En las pintas se revelan detalles
de la vida atávica
antes de los aborígenes,
así como la flora y la fauna
de su medio circundante de antes.

Sombrero voltiao original,
te conocen a ti con varios nombres:
sombrero indiano, pa’ mí el más raizal,
sombrero vueltiao, también costeño.
Sombrero sabanero, sombrero tuchinero,
hoy en día ya es sombrero colombiano.

Sombrero indiano o sombrero voltiao,
de la siguiente manera es tu nacimiento:
to’ principia con el cogollo de la cañaflecha,
a esas hojas nuevas se ripian,
se sacan en hilo o tirita,
así como la carne ‘esmechan;
ahora toca a ellas cocinarla,
después tinturarla,
pero con cosas de la naturaleza
como bija, achote, barro
y cuanta otra tintura.
El proceso de manual elaboración
no es tan fácil, así como lo digo,
lleva más vainas y procesos,
hasta las tiritas ‘e palma entierran en el suelo.
Seguidamente, continuando el hacer
del sombrero indiano, así resumido,
después de las ripias y el tinturado;
viene ahora el trenzado,
de ahí viene el nombrado.
Por ejemplo, el quinciano
son quince pares de tiritas
o sea, treinta en una trenza,
y así pa’ los de 19 vueltas
con 38 tiritas en su tejida;
el veintiuno, veintitrés
y creo que ya van en el treintiún vueltas.

La gente se confunde y cuenta las ruedas,
y no son ellas, miren las trenzas,
en cada una de ellas las tiritas
no se pueden contar a simple vista;
tienes que desarmarla.
To’ ellos son originales,
desde el más rústico
hasta el más fino.
Lo importante es que sean de cañaflecha
y no un pedazo ‘e plástico que es hecho en China.

Te llaman sombrero vueltiao,
puede ser por las rondas o vueltas
que tienes en tu tejido,
sin embargo, en realidad son hilitos;
tiritas en las trenzas, no te confundas.

Tu color a blanco y negro
muestra lo bueno
de nuestra esencia y nuestra raza,
su tenacidad,
su laboriosidad,
la maestría en la labranza
y la simbología de amor por la naturaleza.
Sombrero voltiao
ahora has viaja’o
pa’ cuanto la’o
en to’a la bolita ‘el mundo.
Estamos henchidos de orgullo;
la mejor artesanía que se ha hecho.
En Colombia en el 2004 fuiste instituido
por el Congreso de la patria,
con varias artesanías concursaste
fuiste el primer baluarte
que ante el mundo nos representara.

Algunos aspectos para diferenciar
la calidad en un sombrero vueltiao:
El número de tiritas o hilos en su trenza
aunque ya hecha no se pueden contar,
a más calidad, el sombrero es más liviano,
si el hilo es más delgado; mejor será.
Un sombrero tiene 23 metros de trenza.

De la cumbia colombiana
el sombrero voltiao
es el mandamá’.
Puesto o en la mano
es llevado por el bailador,
con todo su sabor
así coquetea a su pareja,
ella le contonea
con su hermosa pollera.
¡Ojo! con la vela
que te quema, que te quema.

En eventos deportivos,
culturales, folclóricos,
premios y demás
u otros por doquier;
el sombrero indiano
es con altura llevado;
así como debe ser.

Autor: Tomás Martínez Montenegro
El curucutiador

La hamaca en la Cultura Costeña

La hamaca en la Cultura Costeña

Hamaca ambulancia
Gran pieza artesanal la hamaca,
querida en la Cultura Costeña.
Unas hechas a mano o con telar,
estas últimas la llaman paletiada;
todas especiales pa’ descansar,
también pa’ la recocha,
pa’ la alineanda;
y hasta como ambulancia.

Existen hamacas elaboradas
en distintos lugares
de la geografía Costeña,
ahora les diré con seña.
Chinchorros wayuu en La Guajira,
hamacas coloridas de Morroa,
y otras que yo en mi almacén vendo;
son las hamacas de San Jacinto.
Hay también otras hamacas
hechas en máquinas, son industriales.

Entre chinchorro y hamaca,
hay una confusión semántica
que ahora vengo a aclararte;
chinchorro es de tejido flexible,
parecido a un trasmallo o atarraya
y la hamaca es compacta,lisa.

Hablemos ahora de los usos comunes
de las hechas en algodón, las hamacas,
para en la noche dormir,
por su puesto, en el día descansar,
cuando se venía de trabajar;
sabrosa una hamaca para sestiar,
debajo de un palo de mango,
ahí cogiendo fresco,
después de un sabroso sancocho;
quedaba uno apipa’o.

En ellas a muchos hicieron,
también allí nacieron,
se divirtieron
y se golpearon;
los doctores los vieron,
sus ma’es los mecieron,
arrullaron y durmieron;
finalmente, ahí unos murieron.
Otros usos menos conocidos,
de las útiles hamacas,
eran como ambulancia antes
pa’ trasportar a los enfermos;
a eso le llamaban palancas,
en zonas de dificiles accesos.

Cuando a una hamaca
se le podría su cabecera,
quedaba la tela como sábana
o como puerta del baño otrora.
O sea, no se botaba,
otro uso se le daba.
Así era antes en la Cultura Costeña,
casi to’ se conservaba,
la naturaleza se cuidaba;
contemplaba y amaba.

A los pela’os chiquitos
en hamaca se arrullaba,
a ella se le ponían palitos
en sus extremos,
cerca de la cabecera;
quedaba como un corralito,
pa’ que el niño no se saliera,
quedaba allí bien protegido
y dormían tranquilitos;
sin que nadie lo molestara.

La hamaca era un medio divertido
cuando uno era pela’o,
meciéndose y meciéndose,
como volando con el viento;
a eso llaman darse jico,
dícese también jondearse.
Los hicos o lazos
de la hamaca se lullen,
de tanta mecida,
no se cansan esos pela’os;
que vaina divertida;
pero sus pitas se desgastan.
Cuanta maroma y pirueta,
hacía el pela’o en la hamaca,
con la cara bocabajo y arropa’o;
más de uno una matá’
con esas gracias, se pegó;
cipote ocurrencia.

De la hamaca,
es tanta su influencia
en nuestra Cultura Costeña,
que se asocia a ella,
una forma de bailar
la musica vallenata,
llamada jamaquiar;
a mi me gusta.

A los pela’os puñeteros
les daban hamacasos,
eran cipotes limpías;
que les daban sus pa’es.

Darse jonda
es mecerse en una hamaca,
también se dice “darse jico”,
proviene de su hico
o la pita de la hamaca;
me mesco o me meso.

La hamaca es relajante,
también pa’ dormirse.
Algunos ahí nacieron
y a otros murieron.

En una hamaca sencilla
durmió y murió un gran juglar,
Juancho Polo Valencia;
así se hacía llamar.
Lo fueron a buscar
pa’ darle el tinto,
ese bien cerrero,
con él se enjugaba la boca
récien se levantaba;
infinito espiritual fue su lar.
Autor : Tomás Martínez Montenegro
El curucutiador

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Un viaje largo de vivencias en el folclor vallenato

Corría el año 1956, mi abuelo Manuel de los Santos Vitol Villamizar y mi abuela Máxima Primitiva de los Dolores Villamil Sánchez tomaron la sabia decisión de “sacar la pata del barro”, recogieron lo poco que les quedaba y como hizo Moisés, guiaron a su familia por un desierto desconocido. En la región de La Mojana y por todas sus tierras no se veía sino agua y cielo; la creciente había cubierto la mitad de todas esas poblaciones, tales como Majagual, Sucre, Guaranda, Palmarito y otros pueblos circunvecinos. Para salir de la casa, lo hacían por el techo, en canoas o balsas; no existía otro medio de transporte.

Mi abuelo salió con su familia y las pocas pertenencias que tenían, buscando tierra alta como “la tanga”. La región de La Mojana, se caracteriza por ser una tierra fértil y propicia para el cultivo de arroz. El centro de acopio era Magangué, de hecho, los nacidos en este puerto, son llamados “los arroceros”. Yo, Alfredo Baldovino, venía como de 6 años de edad, no tenía idea de nuestro paradero. Recuerdo que nos subimos en un bus mixto, es decir, mitad pasajeros y mitad carga; pasamos por varios pueblos y ciudades, cruzando al menos tres departamentos de la geografía nacional.

Finalmente, después de una larga travesía en bus, camión y canoa; llegamos a nuestro destino… Fundación-Magdalena, allí nos esperaba mi madre María Magdalena Villamizar Villamil, quien había llegado abriendo trochas y senderos para llegar a “la tierra prometida”. Fundación en ese entonces era una población de bastante empuje y progreso en la región bananera, hacía parte del otrora departamento del Magdalena Grande ya que todavía no estaba conformado el actual departamento del Cesar.

Después de unos pocos días de descanso, mi abuelo salió a buscar trabajo a un lugar frecuentado por aspirantes a una labor en el campo. Dicho sitio tenía un nombre muy particular, que después de un tiempo supe su origen; se llamaba “La bolsa”, un lugar emblemático y conocido por pobladores de la región, especialmente de Fundación. Allí encontraban trabajo y se hacían los negocios del momento tales como ganado, tierras y algodón; oficios como arreador de ganado, ordeñador y tractorista, eran apetecidos en aquel entonces por el gremio de las algodoneras.

Yo para mi abuelo era como su amuleto de la buena suerte, porque me llevaba para todos lados. Fue así como un día cualquiera, apareció por la puerta de “La bolsa”, un tipo alto portando un pantalón y una camisa color caqui, no sé si era por el mugre, un sombrero grande borsalino, propio de los mayordomos de las fincas. Habló con mi abuelo y lo contrató, sin requerir papel alguno, ni firma, tampoco registro notarial; solamente un estrechón de mano como cierre del negocio; eso era llamado “palabra de gallero”.

Fue así como iniciamos otro largo viaje en busca de otras tierras desconocidas. En esta oportunidad, no hubo trasbordos, solamente nos subimos en un viejo Jeep Willy, carpado y sucio de barro hasta los teques, incluso los focos de las luces.  Llegamos al destino finca “Villa Miriam”, por los lados de una región de Valledupar llamada “El Diluvio “, cuyo nombre me gustó por lo bíblico. Era una finca hermosa, bien cuidada y organizados sus corrales. Acá en vez de fango, pisamos tierra firme y piedras características de la Sierra Nevada de Santa Marta. Solo después de un tiempo, supimos el nombre del dueño de dicha propiedad. Era de Alfonso López Michelsen, futuro primer gobernador del Cesar.

Allí comenzó mi gusto por la música vallenata, cuando los fines de semana se hacían unas parrandas interminables, con músicos de la talla de Rafael Escalona Martínez, “Colacho” Mendoza, entre otros. También se reunían los políticos del momento, con aspiración a los nuevos cargos del futuro departamento del Cesar; entre ellos estaban, Los Castro, Los Dangond, Los Monsalvo y muchos más. Recuerdo que, en dichas jaranas vallenatas, yo todavía siendo un infante, una de mis pilatunas era pasarme por entre los barrotes de los taburetes, buscado bolitas de uñita en las botellas de whiskey; de paso escuchaba las historias y anécdotas de los personajes parranderos.

Después de un largo tiempo de trabajo, el doctor Alfonso López liquidó a mi abuelo con una buena cesantía de $ 500, con los cuales y bajo la asesoría de Los Maestre y Los Daza, compró una mejora en el municipio de El Copey, tierra próspera en algodón para ese tiempo.   Allí tuve la oportunidad de conocer músicos radicados en ese pueblo como es el caso de Luis Enrique Martínez, a quien visitaban otros músicos de diferentes partes como Andrés Landeros, Julio de la Ossa, Abel Antonio Villa y Chema Martínez; este último era medio hermano de Luis Enrique.

Escuché en ese pueblo cantar a viva voz a Don Tobías Enrique Pumarejo Gutiérrez, Alberto Fernández y otros músicos consagrados del momento. Donde quiera que llegaba, yo me tomaba un sorbo de este delicioso folclor.

Después, por aquello de la fiebre del “oro negro”, nos trasladamos en el año 1968 a Barrancabermeja. Tiempo después, para el año 1983 un hombre osado y valiente llamado Jorge Padilla se atrevió a realizar un Festival de Acordeones de Barrancabermeja cuyo primer rey fue Ramón Nonato Lemus Toro.

En el año 1994, tuve la oportunidad de hacer parte de la organización del “Festival Club de Mares” en Ecopetrol. Allí compartí con figuras como Abel Antonio Villa, Pacho Rada, Leandro Díaz, Carmencito Mendoza, Enrique Díaz, Emiliano Zuleta Baquero, Lorenzo Morales, Mateo Torres, Sergio Moya Molina, Nafer Durán y Carlos Huertas, con los cuales tengo estos registros fotográficos:

En compañia de Lorenzo Morales y Emiliano Zuleta Baquero
Compartiendo junto a Francisco “ Pacho” Rada y Abel Antonio Villa
Con mi amigo Adaulfo “ El capitán” Herrera
Junto a Nafer Durán y su sobrino Alejandro Durán Jr.
Con la presencia de Enrique Díaz
Junto al juglar sabanero Rubén Dario Salcedo

Así mismo, he sido parte del honorable cuerpo de jurados del Festival Río Grande la Magdalena, el cual nos capacita cuatro veces al año en los temas relacionados con el folclor vallenato dentro de los que se puede señalar canción inédita, paseo, merengue, son, puya, cumbia y versos. Los capacitadores han sido entre otros Rosendo Romero, Mateo Torres, Roy Rodríguez (Premio Grammy), Andrés Guerrero y el popular Tío Pello.

También he sido invitado como jurado a festivales en Plato-Magdalena, Pivijay-Magdalena, San Alberto-Cesar, San Pablo-Bolívar, Chinú-Córdoba, El Paso-Cesar, La Loma-Cesar y Nobsa-Boyacá.

Ahora bien, en mi correría por los eventos del folclor vallenato y en el compartir con sus protagonistas, he tenido en mi haber un anecdotario extenso:

Anécdota de Emiliano “El viejo Mile” Zuleta Baquero

“ Creador del Gota fría”

Corría el año 1993, cuando se designó como presidente del Festival de Barrancabermeja al licenciado Uriel Navarro Urbina; yo hacía parte de la organización del mismo y me fue asignada la labor de relacionista público del mencionado evento. Ese mismo año se le cambió la razón social y fue bautizado como Festival Rio Grande de la Magdalena en honor a nuestro hermoso y caudaloso río Magdalena.

Como jefe de relaciones públicas del festival me encargaron la atención de Emiliano Zuleta Baquero y Lorenzo Morales. Fue un gran honor brindar mis oficios a esos grandes baluartes de nuestro folclor vallenato. En horas de la noche, camino al hotel, Emiliano me manifestó que tenía ganas de tomar un caldo caliente antes de ir a acostarse; fue así que busqué en la avenida del ferrocarril de Barrancabermeja un amanecedero llamado “Tamaná” e ingresamos a comer lo deseado por esos dos legendarios. Emiliano recomendó al mesero echarle al caldo bastante cebollín; lo cual me llamó la atención y le pregunté el por qué; a lo cual “El viejo Mile” me reveló el secreto:  que él y su hijo Poncho Zuleta lo comían para dar fuerza y potencia a la voz. Y sí que tiene razón el apelativo de El pulmón de oro para Poncho.

Anécdota de Abel Antonio Villa Villa

“ El primero que grabó en acordeón”

En el Centro de Ecopetrol fundamos en el Club de Mares un festival y en una versión de este, invitamos al juglar Abel Antonio Villa. Con él compartí ratos agradables donde narró varias anécdotas, entre las cuales destaco una llamada “Celos sin razón”. Cuenta el negro Villa que, en una parranda de esas inolvidables de 40 días con sus respectivas noches, su esposa Débora Caña lo echaba de menos y decidió ir a buscarlo sin rumbo fijo. Abel tenía una pieza apartada en una pensión llamada “Buenavista” en Fundación-Magdalena, la cual usaba para guardar la maleta y otros secretos de sus amoríos.

Débora Caña decidió un día salir de Pivijay Magdalena en un bus mixto, único medio de transporte en aquel entonces. Cuenta Abel Antonio Villa que estaba un día en una parranda y apareció ante todos, un cigarrón negro, el cual, según las creencias populares de la Cultura Costeña es sinónimo de mal agüero; él se dijo así mismo: “esto es mala señal”, por lo cual decidió irse temprano para la posada “Buenavista” y organizar las evidencias de cualquier cosa comprometedora. Precisamente, cuando estaba recostado en la cama, la esposa llegó como una fiera llena de celos; él le salió adelante y le dijo:  “deja esos Celos sin razón”.

Anécdota de Pacho Rada Batista

“ El padre del son”

En el marco del Festival Club de Mares en el corregimiento de El Centro, jurisdicción de Barrancabermeja, se invitó al gran juglar Francisco “Pacho” Rada. En este sentido, y con el fin de brindar las mejores condiciones de confortabilidad al maestro, se le dispuso por la noche una habitación con aire acondicionado; ya que en Barrancabermeja el calor azota fuertemente. Al día siguiente, siendo las 0:7:00 am, fuimos a buscar a Pacho Rada para brindarle el desayuno; sin embargo, no lo encontrábamos por ningún lado; por mucho que lo buscamos junto con su esposa. Ella nos manifestó que estaba tan cansada que se quedó profundamente dormida, por lo cual no se percató si su esposo había salido. Fue así que el personal de servicios generales, estaba también ayudando en la búsqueda, preguntando a todo el mundo. Finalmente, la esposa lo ubicó; se había metido en la tina del baño, ahí llevó unas sábanas con una almohada para así poder dormir porque el frío no lo dejaba conciliar el sueño en la cama.

Anécdota de Adaulfo Herrera Castrillo

“ Compositor del son Mujer incomprensiva”

Este gran juglar conocido como “El capitán” Herrera, es el autor del son más interpretado en todos festivales vallenatos en Colombia, conocido como “Mujer incomprensiva”. En cierta ocasión, en Plato-Magdalena, donde compartimos mesa de jurados, en el Festival del Hombre Caimán; le pregunté a Adaulfo Herrera, del porqué de su apelativo “ El Capitán Herrera” , a lo cual me contó que en la época de la bonaza algodonera en el departamento del Cesar, se desempeñó como piloto de una avioneta de fumigación algodonera; ganando gran reconocimiento por su pericia y de paso arriesgada y osada labor; que según su propia narración alcanzaba a un banderín rojo con la cola de la aeronave a solo dos metros sobre el suelo, lo cual se hacía para que la labor de fumigación fuera más efectiva.  Fue así como lo bautizaron “El capitán Herrera”.

 Autor: Alfredo Segundo Baldovino Villamizar.

Opiniones del libro: “Homenaje al pueblo de la cultura costeña”

Primera opinión sobre mi libro : Hoy, quiero dirigir estas cortas palabras para demostrar mi punto de vista frente a la adquisición del libro “Homenaje al pueblo de la Cultura Costeña Tomo I”, de mi amigo Tomás Martínez Montenegro. Aunque todavía me muevo dentro de las páginas de esta obra, he podido identificar su esencia cultural, que más allá de una simple recopilación de ideas y recuerdos; denota una sincera y plácida realidad costumbrista ya casi olvidada dentro de los avatares de la cotidianidad. Por ahora puedo decir, que más que unas letras impresas, se identifica un sentir, un sueño y una bella durmiente literaria que en el día a día de la Costa Norte colombiana se asoma frente al absurdo olvido de las nuevas generaciones. Estoy segura que ahondando más en sus páginas lograré identificar nuevas y mejores esencias que iré comentándole de forma sencilla y directa. Por ahora, los invito a ustedes lectores y no lectores, costeños y no costeños, a adquirir esta obra, con la certeza que no quedarán defraudadas sus expectativas y dónde estoy segura recorrerán espacios y sentimientos inimaginables. Emilia Mejía

Segunda opinión de mi libro: La experiencia en la creación literaria me ha confirmado algo evidente: que todo autor refleja su personalidad en lo que escribe.

El conocer personalmente al autor de HOMENAJE AL PUEBLO DE LA CULTURA COSTEÑA, TOMO 1, me permite corroborar estas palabras. Estos poemas con excelente métrica y redacción, llenos de mucho ingenio y en especial, un profundo conocimiento de muchos elementos de la historia y cultura de la costa atlántica.

Esta cuidadosa métrica refleja el misticismo y extraña alegría de los lugares alejados de la civilización en la costa, esos lugares blindados a la voraz modernización, sobreviviendo como oasis de cultura y raíces ancestrales.

En su experiencia como pedagogo, Tomás nos explica de una manera muy práctica y hasta cariñosa, muchos términos o matices de esa cultura, permitiéndonos aprender más o comprender ciertos conceptos que en el interior hemos mirado de reojo, o bien, hemos interpretado mal, como el uso de la palabra corroncho o el enorme valor gastronómico de la yuca.
Eduardo Serrano Conde.

Productos de Colombia

Productos de Colombia

En Colombia hay variedad de productos , destacándose las artesanías de Colombia entre las cuales destacan las artesanías wayuu, los productos de Colombia hechos en iraca, otros los de palma de cañaflecha en la cual tenemos el sombrero vueltiao hecho por indígenas zenú. Otros productos de Colombia importantes son las hamacas de San Jacinto y mochila Arhuaca hecha en pelo de chivo . En Artesanías Auténticas Colombianas destacamos los mejores productos hechos en Colombia, promovemos su esencia ancestral indígenas , dando a conocer su cosmovisión y cosmogonía de las artesanías de Colombia.

Cultura Wayuu
Mochilas Wayuu de la Guajira

Mochilas Wayuu de la Guajira

Son prendas elaboradas totalmente a mano, empleando el hilo de algodón, marca miratex, el cual es de excelente calidad, no decolora ni se vuelve motoso.

Existen variedades de colores , clasificados en las gamas de tonos cítricos ( coloridos), pasteles y colores tierra ( café, negro, gris, beidge, etc). El algodón proviene de una planta, el cual sufre un tratamiento industrial para volverlo hilo, el cual es manejable para con una aguja dar comienzo a la maravillosa tejeduria wayuu en la técnica del crochet, comenzando la elaboración de la bolsa wayuu, desde la base, y se va haciendo lo que se conoce como el crecido, que va en circulos concentricos, hasta formar el cilindro que constituye lo que los wayuu conocen como el coco de la mochila. En este sentido, es importante mencionar que un bolso o tula wayuu de excelente calidad debe distinguirse por ser compacto, y que al ponerlo sobre una base, no se caiga de su propio peso.

Ahora bien, en la parte superior de la mochila artesanal guajira se dejan sendos orificios que hacen las veces de ojales para que poder ubicar ahí el cordón que permite cerrar la boca de la mochila, teniendo este unos pompones o en casos mas comunes mechas. Hasta aquí van 2 partes constitutivas de la mochila wayuu, faltando lo que se conoce como la gaza wayuu, también llamada reata, cinta, fajón o cinturón wayuu, el cual por lo general tiene la misma combinación de colores que el cordón wayuu. Largo del cinto o gaza wayuu entre 90 cm a 100 cm de largo y unos 7 cm de ancho.

Importancia de las Artesanías Indígenas Colombianas en nuestro legado cultural

Importancia de las Artesanías Indígenas Colombianas en nuestro legado cultural

Cultura Wayuu

Nosotros, los colombianos, por esencia, somos el legado de nuestros ancestros, los diversos grupos indígenas habitan en varios lugares. Afortunadamente todavía nuestro país Colombia tiene variada riqueza étnica a lo largo de nuestra geografía. Ahora bien, dichas tribus reflejan en sus creaciones artesanales su visión del mundo, su entorno, la naturaleza, la fauna y la flora. Expresan mediante sus elaboraciones manuales, figuras, dibujos y patrones geométricos, la cosmovisión y cosmogonía propias de su identidad.

Tomado de http://www.artesaniasdecolombia.com.co/PortalAC/C_noticias/la-mochila-wayu-parte-de-la-tradicion-de-colombia_5070

 

Dentro de las principales tribus ancestrales más enfocadas en las artesanías se tienen: los indígenas wayuu asentados en la península de la Guajira, al norte de Colombia, la mayoría conservan aún casi la totalidad de su identidad de antaño.

Pulikerüüya, como la vulva de la burra.

Molokonoutaya, como el caparazón del morrocoy.

Pasatalo’ouya, como las tripas de la vaca.

 

Kuliichiya, como el tejido formado por las varas del techo.

Siwottouya, como la huella que deja en la arena un caballo maneado.

 

Marüliunaya, como el grabado que se le hace al totumo en el ordeño.

 

Jalianaya, la madre de kanaas.

 

Pa’ralouas, que está por encima uno del otro.

 

Kalepsü, como el gancho de madera empleado para colgar objetos de los techos.

 

 

Antajirasü, que se entrecruzan.

 

Jime’uya, ojo de un pescado.

 

Ule’sia, limpio.

Tomado de http://www.artesaniasdecolombia.com.co/PortalAC/C_noticias/la-mochila-wayu-parte-de-la-tradicion-de-colombia_5070

Photos taken from http://www.artesaniasdecolombia.com.co/PortalAC/C_noticias/la-mochila-wayu-parte-de-la-tradicion-de-colombia_5070

Cultura Arhuaca

Por otro lado, los indígenas arhuacos que habitan en el sistema montañoso independiente conocido como  Sierra Nevada de Santa marta, emplean variados materiales provenientes de fibras naturales de origen animal y vegetal para tejer mochilas, conocidas como mochilas arhuaca. Inicialmente se empleaba para hacer la mochila arhuaca más que todo el algodón,  agave, cáñamo, entero otros materiales vegetales, sin embargo, la lana de algodón se introduce en el tejido arhuaco con la llegada de los conquistadores españoles, siendo en la actualidad este tipo de mochilas las más apreciadas a nivel comercial.

Tomado de http://www.artesaniasdecolombia.com.co/PortalAC/C_noticias/la-mochila-wayu-parte-de-la-tradicion-de-colombia_5070

 

Ahora bien, ante la escasez de la cría de ovejos en la sierra nevada de santamarta, toca traer lana de ovejos del Departamento de Boyacá, siendo esta más suave con la piel que lana de la nevada. Portar una mochila de estas, es llevar consigo una sabiduría transmitida por siglos, de generación en generación, especialmente en las gwati (mujeres de la etnia) que  desde niñas se les enseña el arte del tejido arhuaco.Imagen relacionada

Tomado de http://www.redalyc.org/html/2912/291221878010/