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Corría el año 1956, mi abuelo Manuel de los Santos Vitol Villamizar y mi abuela Máxima Primitiva de los Dolores Villamil Sánchez tomaron la sabia decisión de “sacar la pata del barro”, recogieron lo poco que les quedaba y como hizo Moisés, guiaron a su familia por un desierto desconocido. En la región de La Mojana y por todas sus tierras no se veía sino agua y cielo; la creciente había cubierto la mitad de todas esas poblaciones, tales como Majagual, Sucre, Guaranda, Palmarito y otros pueblos circunvecinos. Para salir de la casa, lo hacían por el techo, en canoas o balsas; no existía otro medio de transporte.

Mi abuelo salió con su familia y las pocas pertenencias que tenían, buscando tierra alta como “la tanga”. La región de La Mojana, se caracteriza por ser una tierra fértil y propicia para el cultivo de arroz. El centro de acopio era Magangué, de hecho, los nacidos en este puerto, son llamados “los arroceros”. Yo, Alfredo Baldovino, venía como de 6 años de edad, no tenía idea de nuestro paradero. Recuerdo que nos subimos en un bus mixto, es decir, mitad pasajeros y mitad carga; pasamos por varios pueblos y ciudades, cruzando al menos tres departamentos de la geografía nacional.

Finalmente, después de una larga travesía en bus, camión y canoa; llegamos a nuestro destino… Fundación-Magdalena, allí nos esperaba mi madre María Magdalena Villamizar Villamil, quien había llegado abriendo trochas y senderos para llegar a “la tierra prometida”. Fundación en ese entonces era una población de bastante empuje y progreso en la región bananera, hacía parte del otrora departamento del Magdalena Grande ya que todavía no estaba conformado el actual departamento del Cesar.

Después de unos pocos días de descanso, mi abuelo salió a buscar trabajo a un lugar frecuentado por aspirantes a una labor en el campo. Dicho sitio tenía un nombre muy particular, que después de un tiempo supe su origen; se llamaba “La bolsa”, un lugar emblemático y conocido por pobladores de la región, especialmente de Fundación. Allí encontraban trabajo y se hacían los negocios del momento tales como ganado, tierras y algodón; oficios como arreador de ganado, ordeñador y tractorista, eran apetecidos en aquel entonces por el gremio de las algodoneras.

Yo para mi abuelo era como su amuleto de la buena suerte, porque me llevaba para todos lados. Fue así como un día cualquiera, apareció por la puerta de “La bolsa”, un tipo alto portando un pantalón y una camisa color caqui, no sé si era por el mugre, un sombrero grande borsalino, propio de los mayordomos de las fincas. Habló con mi abuelo y lo contrató, sin requerir papel alguno, ni firma, tampoco registro notarial; solamente un estrechón de mano como cierre del negocio; eso era llamado “palabra de gallero”.

Fue así como iniciamos otro largo viaje en busca de otras tierras desconocidas. En esta oportunidad, no hubo trasbordos, solamente nos subimos en un viejo Jeep Willy, carpado y sucio de barro hasta los teques, incluso los focos de las luces.  Llegamos al destino finca “Villa Miriam”, por los lados de una región de Valledupar llamada “El Diluvio “, cuyo nombre me gustó por lo bíblico. Era una finca hermosa, bien cuidada y organizados sus corrales. Acá en vez de fango, pisamos tierra firme y piedras características de la Sierra Nevada de Santa Marta. Solo después de un tiempo, supimos el nombre del dueño de dicha propiedad. Era de Alfonso López Michelsen, futuro primer gobernador del Cesar.

Allí comenzó mi gusto por la música vallenata, cuando los fines de semana se hacían unas parrandas interminables, con músicos de la talla de Rafael Escalona Martínez, “Colacho” Mendoza, entre otros. También se reunían los políticos del momento, con aspiración a los nuevos cargos del futuro departamento del Cesar; entre ellos estaban, Los Castro, Los Dangond, Los Monsalvo y muchos más. Recuerdo que, en dichas jaranas vallenatas, yo todavía siendo un infante, una de mis pilatunas era pasarme por entre los barrotes de los taburetes, buscado bolitas de uñita en las botellas de whiskey; de paso escuchaba las historias y anécdotas de los personajes parranderos.

Después de un largo tiempo de trabajo, el doctor Alfonso López liquidó a mi abuelo con una buena cesantía de $ 500, con los cuales y bajo la asesoría de Los Maestre y Los Daza, compró una mejora en el municipio de El Copey, tierra próspera en algodón para ese tiempo.   Allí tuve la oportunidad de conocer músicos radicados en ese pueblo como es el caso de Luis Enrique Martínez, a quien visitaban otros músicos de diferentes partes como Andrés Landeros, Julio de la Ossa, Abel Antonio Villa y Chema Martínez; este último era medio hermano de Luis Enrique.

Escuché en ese pueblo cantar a viva voz a Don Tobías Enrique Pumarejo Gutiérrez, Alberto Fernández y otros músicos consagrados del momento. Donde quiera que llegaba, yo me tomaba un sorbo de este delicioso folclor.

Después, por aquello de la fiebre del “oro negro”, nos trasladamos en el año 1968 a Barrancabermeja. Tiempo después, para el año 1983 un hombre osado y valiente llamado Jorge Padilla se atrevió a realizar un Festival de Acordeones de Barrancabermeja cuyo primer rey fue Ramón Nonato Lemus Toro.

En el año 1994, tuve la oportunidad de hacer parte de la organización del “Festival Club de Mares” en Ecopetrol. Allí compartí con figuras como Abel Antonio Villa, Pacho Rada, Leandro Díaz, Carmencito Mendoza, Enrique Díaz, Emiliano Zuleta Baquero, Lorenzo Morales, Mateo Torres, Sergio Moya Molina, Nafer Durán y Carlos Huertas, con los cuales tengo estos registros fotográficos:

En compañia de Lorenzo Morales y Emiliano Zuleta Baquero
Compartiendo junto a Francisco “ Pacho” Rada y Abel Antonio Villa
Con mi amigo Adaulfo “ El capitán” Herrera
Junto a Nafer Durán y su sobrino Alejandro Durán Jr.
Con la presencia de Enrique Díaz
Junto al juglar sabanero Rubén Dario Salcedo

Así mismo, he sido parte del honorable cuerpo de jurados del Festival Río Grande la Magdalena, el cual nos capacita cuatro veces al año en los temas relacionados con el folclor vallenato dentro de los que se puede señalar canción inédita, paseo, merengue, son, puya, cumbia y versos. Los capacitadores han sido entre otros Rosendo Romero, Mateo Torres, Roy Rodríguez (Premio Grammy), Andrés Guerrero y el popular Tío Pello.

También he sido invitado como jurado a festivales en Plato-Magdalena, Pivijay-Magdalena, San Alberto-Cesar, San Pablo-Bolívar, Chinú-Córdoba, El Paso-Cesar, La Loma-Cesar y Nobsa-Boyacá.

Ahora bien, en mi correría por los eventos del folclor vallenato y en el compartir con sus protagonistas, he tenido en mi haber un anecdotario extenso:

Anécdota de Emiliano “El viejo Mile” Zuleta Baquero

“ Creador del Gota fría”

Corría el año 1993, cuando se designó como presidente del Festival de Barrancabermeja al licenciado Uriel Navarro Urbina; yo hacía parte de la organización del mismo y me fue asignada la labor de relacionista público del mencionado evento. Ese mismo año se le cambió la razón social y fue bautizado como Festival Rio Grande de la Magdalena en honor a nuestro hermoso y caudaloso río Magdalena.

Como jefe de relaciones públicas del festival me encargaron la atención de Emiliano Zuleta Baquero y Lorenzo Morales. Fue un gran honor brindar mis oficios a esos grandes baluartes de nuestro folclor vallenato. En horas de la noche, camino al hotel, Emiliano me manifestó que tenía ganas de tomar un caldo caliente antes de ir a acostarse; fue así que busqué en la avenida del ferrocarril de Barrancabermeja un amanecedero llamado “Tamaná” e ingresamos a comer lo deseado por esos dos legendarios. Emiliano recomendó al mesero echarle al caldo bastante cebollín; lo cual me llamó la atención y le pregunté el por qué; a lo cual “El viejo Mile” me reveló el secreto:  que él y su hijo Poncho Zuleta lo comían para dar fuerza y potencia a la voz. Y sí que tiene razón el apelativo de El pulmón de oro para Poncho.

Anécdota de Abel Antonio Villa Villa

“ El primero que grabó en acordeón”

En el Centro de Ecopetrol fundamos en el Club de Mares un festival y en una versión de este, invitamos al juglar Abel Antonio Villa. Con él compartí ratos agradables donde narró varias anécdotas, entre las cuales destaco una llamada “Celos sin razón”. Cuenta el negro Villa que, en una parranda de esas inolvidables de 40 días con sus respectivas noches, su esposa Débora Caña lo echaba de menos y decidió ir a buscarlo sin rumbo fijo. Abel tenía una pieza apartada en una pensión llamada “Buenavista” en Fundación-Magdalena, la cual usaba para guardar la maleta y otros secretos de sus amoríos.

Débora Caña decidió un día salir de Pivijay Magdalena en un bus mixto, único medio de transporte en aquel entonces. Cuenta Abel Antonio Villa que estaba un día en una parranda y apareció ante todos, un cigarrón negro, el cual, según las creencias populares de la Cultura Costeña es sinónimo de mal agüero; él se dijo así mismo: “esto es mala señal”, por lo cual decidió irse temprano para la posada “Buenavista” y organizar las evidencias de cualquier cosa comprometedora. Precisamente, cuando estaba recostado en la cama, la esposa llegó como una fiera llena de celos; él le salió adelante y le dijo:  “deja esos Celos sin razón”.

Anécdota de Pacho Rada Batista

“ El padre del son”

En el marco del Festival Club de Mares en el corregimiento de El Centro, jurisdicción de Barrancabermeja, se invitó al gran juglar Francisco “Pacho” Rada. En este sentido, y con el fin de brindar las mejores condiciones de confortabilidad al maestro, se le dispuso por la noche una habitación con aire acondicionado; ya que en Barrancabermeja el calor azota fuertemente. Al día siguiente, siendo las 0:7:00 am, fuimos a buscar a Pacho Rada para brindarle el desayuno; sin embargo, no lo encontrábamos por ningún lado; por mucho que lo buscamos junto con su esposa. Ella nos manifestó que estaba tan cansada que se quedó profundamente dormida, por lo cual no se percató si su esposo había salido. Fue así que el personal de servicios generales, estaba también ayudando en la búsqueda, preguntando a todo el mundo. Finalmente, la esposa lo ubicó; se había metido en la tina del baño, ahí llevó unas sábanas con una almohada para así poder dormir porque el frío no lo dejaba conciliar el sueño en la cama.

Anécdota de Adaulfo Herrera Castrillo

“ Compositor del son Mujer incomprensiva”

Este gran juglar conocido como “El capitán” Herrera, es el autor del son más interpretado en todos festivales vallenatos en Colombia, conocido como “Mujer incomprensiva”. En cierta ocasión, en Plato-Magdalena, donde compartimos mesa de jurados, en el Festival del Hombre Caimán; le pregunté a Adaulfo Herrera, del porqué de su apelativo “ El Capitán Herrera” , a lo cual me contó que en la época de la bonaza algodonera en el departamento del Cesar, se desempeñó como piloto de una avioneta de fumigación algodonera; ganando gran reconocimiento por su pericia y de paso arriesgada y osada labor; que según su propia narración alcanzaba a un banderín rojo con la cola de la aeronave a solo dos metros sobre el suelo, lo cual se hacía para que la labor de fumigación fuera más efectiva.  Fue así como lo bautizaron “El capitán Herrera”.

 Autor: Alfredo Segundo Baldovino Villamizar.